Si el texto escrito es la expresión ordenada del pensamiento, la coherencia es el principio ordenador que lo rige. Hablar de coherencia textual es prácticamente igual a hablar de pensamiento organizado, pues por lo general aquella es garante de este último. Son muy pocos los casos en que una persona con esquemas mentales claros no presenta facilidad de palabra (tanto oral como escrita), indistintamente del campo en que se desarrolle su potencial intelectual. Y aún más escasas son las situaciones en que alguien de pensamiento inmaduro logra un nivel aceptable de articulación al momento de producir textos.
La coherencia es, entonces, una característica necesaria para cualquier profesional, pues demuestra el grado de aprehensión general o de un tema determinado. Pero es para un comunicador que se vuelve un instrumento indispensable. Nuestra profesión exige la objetivación de una realidad a un grado mayor, pues no sólo se trata de entender de qué se trata y utilizar los datos para la aplicación práctica o teórica; sino que debemos tener nuestros esquemas mentales tan afinados como para estar en la capacidad de transmitir ese conocimiento a otras personas.
Y esto no se remite sólo a los destinados a la prensa escrita. El lenguaje es el medio del pensamiento, y si no podemos hacernos entender a través de la más convencional y completa de sus formas (la escritura); menos podremos hacer cosas tales como transmitir todo un concepto en un comercial de treinta segundos, o contar una historia de manera convincente, creativa y económica en un cortometraje.
La enumeración con la que he concluido el párrafo anterior no ha sido azarosa. A mi parecer, ese debería ser el orden de importancia a tener en cuenta a la hora de estructurar información: lo más importante es que sea convincente, y lo que es convincente es claro, y si es claro es porque es coherente. Desafortunadamente, los medios de comunicación, que deberían ser nuestro ejemplo a seguir, se han convertido en un escaparate de lo incorrecto, al invertir este pequeño código e interponer el ahorro (de espacio o de trabajo al elaborar los textos) a la tan necesaria coherencia.
Ni lo simple ni lo fácil son sinónimos de lo bueno, pero si existe algo de facilidad en la comunicación, no está de nuestra parte, sino de la de nuestro público. Los textos que producimos (en el soporte que sea) no deben ser fáciles de hacer, sino de entender, y la coherencia es nuestra más esencial herramienta en cualquiera que sea el campo que nos espera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario